“Se llama calma y me costó muchas tormentas conseguirla”, Dalai Lama
La locura más desenfrenada es la tendencia a la normalidad cuando no parece existir paz en el interior de nadie si sus vidas han tenido un final desolado. La seguridad es una cosa impúdica, indecorosa, un vacío atravesado que nos sobra. Es una página más de las heridas. Al fin y al cabo la vida consiste en ir surcando retazos de melancolía. La pena es que, muchas veces, esta vida quiere otra.
A veces Dios nos concede un destino oscuro, no necesariamente cruel, que nos va metiendo más y más en nuestras soledades. Si Dios jugara limpio, tendríamos el argumento necesario para acceder a cierto sosiego. Una tregua, así se llama la primera novela de Benedetti (él acaba de cumplir 100 años igual que Delibes), eso es lo que necesitamos, una tregua.
Cuando alguien se nos va nos quedamos sin una quinta parte de lo que somos. Sin aliento, sin tema. Quedar vencido es una deformación grosera de uno mismo, una parodia, el derrumbe de la vida, frígida y total. Una fórmula de desdicha violenta, grave, demoledora.
Morirse viene de adentro, llega con la verdadera respiración del dolor, es un abismo sencillo donde lo que importa es la ausencia. Pero no todo el mundo se va con la misma remisión, hay quien simplemente deserta, desaparece detrás de un oscuro telón de abatimiento sin necesidad de prórrogas, para no alargar agonías, en un último gesto de manos entrelazadas.
También hay quien perece prisionero en el propio pasado: <si Dios hubiera estado aquí esto no hubiera ocurrido>, piensan; en el lodazal que es la vida, un hueco por el que pudo brotar la esperanza. Precipitados al destino, viven la pérdida no como un dolor sino como una catástrofe, como un derrumbe, un caos de pasos tropezados, aunque no haya amor -el amor acostumbra a ser un destello instantáneo- sólo cariño fraternal, camaradería amistosa, muchas relaciones conviven así. Esos que creen en Dios pero saben que Dios ha dejado de creer en ellos, aprendieron a tenerle miedo.
Pero hay asuntos que nos esperan en las noches. A menudo se extravía gente que nos roba la calma, que nos dejan en un estado de ofuscación desgajando dudas que se nos caen al suelo junto a la risa y la nada. Huellas de cansancio donde las emociones se hacen agua y se escapan por los ojos.
Dicen que nos volverá el sosiego, el aplomo, la serenidad. Desde la rebeldía a la resignación, al cansado, aturdido, fastidiado, aburrido último respiro de tiempo. Hay algo de mágico en las despedidas, pedacitos de momentos pasados que completan un puzle triste con vocación de alegría, acompañado de un desamparo conmovedor y un adecuado colofón.
Francesc Reina Peral. Pedagogo