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viernes, marzo 29, 2024
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Coda

Ibas para aquí y para allá con tu preñez a cuestas, cada vez más gorda. Tu  barriga llena, dura como un tambor, tus pechos de verano más grandes, pronto harían leche, verdadera magia. Un hechizo, ese, por donde saldría una criatura entera, con sus manos arrugadas, sus ojillos achinados, sus labios temblorosos. Aunque para las madres todas las niñas son bonitas, ella lo será de veras.

Llegaría fruto de esas caricias que desmigan la luna entre versos y quejidos felices bajo un techo de nubes y sol. Después del café juntábamos las bocas, nos metíamos en la habitación y echábamos a los perros para lamernos las heridas del día. Destapábamos las ropas y se liberaban todos los olores, aromas de humedad que abrían excitantes ganas de curiosear los arroyos más ocultos. Con las manos nos vestíamos la piel, como quien busca algo enterrado, y lo encontrábamos al son de una danza antigua: inflado, rojo, empapado. Esa fragancia inundaba el corazón del bosque.

Y llegaría toda esa carnecita, rotunda, pura. Un día te pondrías de parto, una mañana temprana, cálida. Coda quedará quieta, esperando. Tú con el vientre enroscado entre duelos. Saltó el tapón, salió el agua, y la niña quedará sin poder nadar, preparada para el gran salto. Ya viene, declaran. Respirarás, primero profundamente, luego a ráfagas. Te cogeré las manos y dirás: qué contenta, pero duele. Resoplarás muy seguido, fuerte, moverás las caderas de aquí para allá, y yo te diré que el daño se olvida pronto. Las hijas son de las madres, las llevan encima, salen de ellas, pero proclamarás, generosa,  que yo también tendré algo que ver. Te atenderá una mujer de cabello plateado, de tez blanca, de manos firmes, pertenece a ese gremio de personas que ayudan a colocar, a distribuir, a proteger ilusiones, sobre todo a proteger, a embalar, a parir; sí, su cara severa se intuye llena de sabiduría. Hay otras mujeres conocidas, a alguna le gusta hacer bromas y ríe, y te hará sonreír. Cándida y lenta irá hacia ti y tú le alargarás los brazos y te entregarás como si fuera tu madre. Gemirás desde dentro, abierta de par en par, recobrando el aliento. Tu cara sudada en dolosa vigilancia, el cabello alborotado; serrarás los dientes, y darás un grito desgajado que hará daño al oírlo. Avisarán que se ve la cabecilla y la señora pondrá sus brazos bajo tu tripa, de allí de donde sale la vida, lila como un pescadito. Coges mucho aire y das un llanto largo, con el cordón colgando, lacio. Te la colocarán sobre la barriga hinchada, entre las montañas de tus senos de verano  verás sus uñas, sus piernecitas encorvadas. Ahora tu risa es brillante y contagiosa cuando notas esa mariposa tierna. Entonces caerá la placenta. Nuestra cría mamará, chupa que chupa, como una ternerita. Durante unas noches lloraremos en silencio como cuando hacíamos el amor. Coda es una pieza musical que se repite, al final, por ser muy agradable, es la conclusión más brillante que se añade a un poema. Dentro de Coda estamos tú y yo, sobre tú.

Francesc Reina Peral. Pedagogo

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